Mi experiencia con el COVID con 28 años siendo paciente alérgica y lo que aprendí

Mi experiencia con el COVID con 28 años siendo paciente alérgica y lo que aprendí


Probablemente, soy de la generación que no cree en el COVID, una generación negacionista, inconsciente, despreocupada y egoísta en su mayoría. También soy de la generación del miedo, incertidumbre y extremismo, hasta el punto de no salir ni hacer vida por miedo al virus. En todas las situaciones hay dos extremos y mi generación se ha posicionado en alguno de los dos. Hasta ahora, digamos que yo me he sentido en el medio.


Al principio de la pandemia (marzo, 2020), la comunidad de personas alérgicas estaba preocupada por ser pacientes de riesgo, así que me documenté y el 16 de marzo la SEAIC lanzó un comunicado oficial sobre el COVID y los pacientes alérgicos y estos son los puntos clave:

  • Las patologías alérgicas que empiezan a aparecer estos días tienen una serie de efectos que se pueden confundir con los síntomas del coronavirus.
  • Los pacientes alérgicos no tienen mayor riesgo de contraer la infección del COVID-19, pero la población asmática debe extremar las precauciones.
  • Los niños alérgicos tienen el mismo riesgo de contraer el COVID-19 que los que no lo son.
  • Las vías respiratorias de las personas asmáticas son más susceptibles a las infecciones respiratorias, especialmente las víricas. Este tipo de infecciones suelen generar mayor inflamación bronquial en la persona asmática que en la no asmática, induciendo hiperreactividad bronquial y mayor riesgo de crisis.

Fuente: SEAIC


En mi caso concreto, soy una paciente con alergias ambientales y alimentarias y el asma ha pasado a un segundo plano en mi historial debido a que el deporte y la vacuna de la rinitis alérgica me ha ayudado a controlarla; ya no dependo de un inhalador desde hace algunos años. El año 2020, fue para mí el año de la salud. De hecho, ese era mi propósito del año. Comencé con la medicina integrativa y de precisión (o psiconeuroinmunología/ PNI, como algunos lo conocen) para buscar el origen de todos mis malestares, que aunque sabía que eran crónicos, quería mejorar mi calidad de vida. Invertí todos mis ahorros y comencé un tratamiento en mayo de 2020. Hasta ahora, me sentía mucho más fuerte, menos cansada, menos hinchada, menos dolorida. Había sido mi salvación. Todo esto, evidentemente, unido a un estilo de vida saludable (comida sana y ejercicio físico). Tras haber comenzado los nuevos tratamientos, me dije a mí misma que no tomaría antibióticos si no era estrictamente necesario; eso había afectado a mi microbiota intestinal. Pero en el mes de diciembre (2020), tuve que tomarlos a la fuerza y sospecho que eso bajó mis defensas.


Desde que se declaró el estado de alarma y el COVID pasó a ser pandemia, yo he seguido haciendo vida lo más normal posible, siguiendo las normas establecidas. Quería mantener mi sistema inmune fuerte; hasta comencé un nuevo deporte: la apnea. Llegaron las Navidades, y aunque lejos de mis familiares más cercanos porque la situación no nos permitía estar juntos físicamente, me rodeé de amigos que hacía meses que no veía y volvían de viaje. La última vez que había salido a la calle era el 31 de diciembre para brindar con mis amigos. Probablemente, el 25 de diciembre tuve un contacto estrecho con alguien contagiado y a los cinco días comencé a sentirme mal; al principio pensaba que me había resfriado. Me dolía la garganta, tenía muchos mocos, escalofríos y malestar general. Me tomé antigripal y se me quitaron los mocos y el dolor de garganta, hasta que de repente, 5 días después, perdí completamente el gusto y el olfato y me alarmé. En ese momento, llamé al 012 (teléfono de información de Canarias), me tomaron los datos y me dieron cita para el PCR, junto a mi madre, que convive conmigo.


Al día siguiente, me hice el PCR y yo seguía aislada desde el 1. Pocas horas después, me dieron la noticia de que era positiva en COVID y mi madre negativo. Eso nos obligó a estar en casa juntas pero en habitaciones separadas. Las pocas personas que sabían por lo que estaba pasando, me decían que no me preocupara, que era joven y fuerte, que eso pasaría como una gripe. Ya, claro. Lo que ellos no sabían es que ya llevaba 7 días “mala” y que cada día me sentía peor y tenía nuevos síntomas. Llegó un momento en que me faltaba el aire y me dolía el pecho. Tenía que tomar antiinflamatorios para los dolores musculares que tenía porque no me dejaban dormir. Y no, hasta ese entonces seguía sin oler ni saborear nada. Y lo peor no era todo eso. Estaba completamente sola en mi habitación, sintiéndome culpable porque podría habérselo pegado a mi madre o a la poca familia que tengo, o a alguien con quien haya estado recientemente.  Emocionalmente estaba abatida y con miedo de pensar qué hubiera pasado si no me hubiera cuidado tanto en 2020 en salud, ¿Lo habría pasado de la misma manera? Creo que no. Me puse a pensar la cantidad de personas sedentarias o vulnerables que este virus puede haberles afectado de peor manera, ingresados en un hospital.


Cada día, me llamaba mi doctora para hacerme seguimiento y me decía que “no tenía porqué aguantar nada aunque fuera joven; que al mínimo dolor de la caja torácica llamara al 112”. Lo cierto es que sí que aguanté. Aguanté pensando que no tenía porqué ser yo la que ocupara una cama sabiendo que personas mayores o de riesgo podrían necesitarla más que yo y prefería “seguir aguantando” ciertas sensaciones en casa mientras no me doliera el tórax en gran medida.


Aparte de estar en seguimiento por el servicio canario de salud, me llamaban los rastreadores del COVID para hacer seguimiento de los contactos con los que haya estado 48 horas antes de haber empezado lo síntomas. Imagina, en plena Navidad lo que eso podía significar. El día 31 de diciembre, estuve en una terraza al aire libre entre dos mesas de seis personas brindando durante una hora sin mascarilla. Hablé con muchos de ellos y me fui temprano pensando que “estaba resfriada”. Evidentemente, había sido un contacto estrecho para ellos y estaba muy preocupada. Los rastreadores me pidieron los contactos de esas personas y pedí acceder al grupo de “Fin de año” de whatsapp para poder coger lo contactos. Muchos de ellos estaban molestos porque no querían que les llamaran porque recientemente tenían que viajar, otros porque su trabajo les limitaría y otros porque no querían hacerse PCR. Ahí sí que perdí yo la fe en mi generación. Me pareció lo más egoísta del mundo y pensé que no habrían tenido casos cercanos para empatizar o que ni siquiera pensaban en sus familiares (porque eso es lo que precisamente me atormentaba a mí). Como decía al principio, también estaba el otro extremo de mi generación, ese "amigo" que te llamaba para darte lecciones de moral y para decirte un “te lo dije” en vez de prestarse a llevarte comida o medicamentos si lo necesitabas, porque lo segundo es lo que más hacía falta en ese momento, no un sermón.


Llegó un punto en que, por fin, empezaba a encontrarme mejor y a ver la luz de verdad en el final de esa pesadilla. La recuperación era muy lenta e incierta porque, cuando creías que estabas mejorando en alguno de los síntomas, empeorabas en otros. Tenía que estar sin ningún síntoma durante tres días para que pudieran darme el alta domiciliaria (la pérdida de gusto y olfato no contaban entre esos síntomas; de hecho, sigo con ellos). Cada día me encontraba con más energía (después de casi dos semanas), y tenía la necesidad de hacer deporte, moverme, salir a la calle o empezar una vida normal, pero tenía que esperar al alta definitiva, que por fin me la han dado. Hoy soy más consciente que nunca de lo que supone un virus como este y me siento afortunada de haberlo pasado en casa, otros no tienen la misma suerte.


COSAS QUE APRENDÍ DEL CORONAVIRUS:

  • No es una gripe cualquiera. Te puede afectar independientemente de tu salud, edad, estado civil y nivel socioeconómico y cultural. Además, no solo te afecta física sino mental y emocionalmente. Sientes presión social.
  • Genera rechazo social y en las personas jóvenes extremistas es como un “te lo mereces”.
  • Preocuparse empieza por “¿Necesitas algo?”, ¿Te llevo comida a casa?”, “¿Te llevo algo de la farmacia?”, "Si necesitas cualquier cosa, estoy aquí, aunque solo sea hablar".
  • Mucha gente es inconsciente y egoísta, basándonos en su propia ignorancia.
  • Hay personas con COVID en la calle y no lo sabemos.
  • Los sanitarios cansados. Muchos han perdido la fe en la humanidad. De verdad que, se merecen mucho por todo lo que están apostando.